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Yo creía que había cosas que ya estaban superadas con respecto a las diferencias entre niños y niñas.

A nadie se le escapa que seamos diferentes en muchas cosas. Tenemos distinta constitución física, nuestros cerebros son distintos y no funcionan de la misma manera, como demuestran numerosos estudios científicos (por ejemplo el de la neurocientífica Sandra Witelson) y realizamos algunos procesos biológicos distintos también.

Pero, ¿tenemos que jugar diferente?

El otro día una amiga me contaba su enfado al saber que un amigo motero que tiene dos hijos, una niña de 7 años y un niño de 4, le había comprado una pocket bike a su hijo. Ella, sorprendida le preguntó ¿y a la niña? Y la respuesta fue un nooo, a la niña no.

¿De verdad aún estamos en un mundo donde los niños salen a jugar con sus motillos y a la pelota y las niñas juegan con muñecas en el salón de casa?

O ya hemos superado esa fase y sólo quedan algunos padres sobreprotectores que no se dan cuenta que para disfrutar, divertirnos y jugar, todos somos iguales.

Ya sabemos que en el mundo de la competición, a las mujeres, nos falta mucho para conseguir hacernos hueco de verdad y hay ciertos prejuicios y (para mi) tonterías varias que nos impiden llegar a lo más alto. Pero entre los moteros de a pie, entre los que tenemos y jugamos con motos por el mero hecho de divertirnos, no debería haber ese tipo de discriminación.

Al niño una moto si le gustan, y a la niña también. El sexo femenino no es sinónimo de debilidad y no necesitamos de un extra de protección que nos aleje de aquellos deportes de más riesgo si son los que nos gustan. Porque da igual que seas niño o niña, un brazo roto duele y se cura igual con independencia del sexo. A lo sumo la diferencia residirá en la persona con independencia de que sea niño o niña.