Es una reflexión recurrente en mÃ, pero que casi alcanza la categorÃa de obsesión durante estos dÃas, cuando tanto disfruto siguiendo el Dakar (como aficionado y periodista). La Prensa se hace eco del desarrollo de la competición, los aficionados esperamos ilusionados los triunfos de nuestros Ãdolos y muchos confÃan en que lleguen para poder celebrarlos con ellos, salir en la foto, apuntarse el tanto, presumir de lo bien que va el deporte en España… SÃ, me refiero a los polÃticos, a las autoridades (aunque quizá este término habrÃa que reconsiderarlo visto lo visto), ministros, secretarios de Estado, presidentes de autonomÃas o alcaldes. Los mismos, todos ellos y cada uno en lo que le toca, que durante el resto del año prohÃben a esos deportistas practicar la actividad de la que tanto se felicitan a continuación. Paradójico…
La persecución que la moto de campo sigue sufriendo en este paÃs es un sinsentido mayúsculo, pero más aún que sus responsables acto seguido se jacten de lo estupendos que son estos chicos, de lo mucho que hacen por esa ‘Marca España’ que nadie sabe muy bien de qué va. Porque Marc Coma, Laia Sanz, Joan Barreda, incluso Nani Roma o Carlos Sainz con sus coches, en realidad son delincuentes a los ojos de una legislación tan ridÃcula como anacrónica. Si cualquiera de ellos abandona el asfalto para pisar una brizna de hierba o la tierra de un camino, automáticamente se convertirá en un forajido, en un fuera de la ley que se arriesga a ser perseguido, detenido y sancionado. Eso sÃ, después, cuando gane el Dakar (o un tÃtulo mundial de enduro o trial), aparecerá algún oportunista dispuesto a felicitarle, sin preguntarse cómo demonios puede ese campeón tan lustroso entrenarse para llegar a ser tan bueno…
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