Donde la gasolina te lleve (la historia de Mercè)

Voy a empezar como prácticamente todas: siempre me han gustado las motos, y de adolescente me giraba con cada R con culito de avispa que me cruzaba por la calle, aunque cuando se trataba de la CBR Fireblade directamente me detenía. Pero nunca he tenido a nadie con moto cerca, con lo que las veía como si estuvieran en un escaparate de Gucci: lejos de mi mundo. Siempre he sido una persona solitaria y he viajado mucho por Europa con la única compañía de todo desconocido que me escuchara cuando hablara y quisiera compartir conmigo lo que llevara dentro

merce mujeres moteras viajeVoy a empezar como prácticamente todas: siempre me han gustado las motos, y de adolescente me giraba con cada R con culito de avispa que me cruzaba por la calle, aunque cuando se trataba de la CBR Fireblade directamente me detenía. Pero nunca he tenido a nadie con moto cerca, con lo que las veía como si estuvieran en un escaparate de Gucci: lejos de mi mundo.

Siempre he sido una persona solitaria y he viajado mucho por Europa con la única compañía de todo desconocido que me escuchara cuando hablara y quisiera compartir conmigo lo que llevara dentro.

Uno de esos viajes me llevó al sur de Francia, concretamente a Montpelier. En el tren conocí a un chico a quien parecían gustarle los desconocidos tanto como a mí. Armada con una tienda de campaña y un saco de dormir, acabé por preguntarle por la localización de la zona de acampada; al no saber dónde se encontraba, me propuso acompañarle a casa de su novio para que fuera él quien me indicara. Al llegar una preciosa gatita negra bajó por las escaleras para darme la bienvenida, a lo que él reaccionó diciendo ‘si ella acepta tu presencia, yo también’; con lo que gatita y yo acabamos compartiendo la cama de matrimonio mientras ellos gozaban de fin de semana romántico en el sofá. Y de ahí surgiría una amistad que duraría varios años.

Algunos años después, una conferencia a la que tenía que asistir me llevó a Niza, pero quise aprovechar para visistarlos. Uno de ellos estaba en Clermont-Ferrand (lejísimos). El otro resultó haberse mudado a Niza. Dejó el piso, dejó el coche, cogió la gata y se compró una Monster. Con los ojos como platos y más centelleantes que las lágrimas de San Lorenzo, al enterarme le dije ‘eres consciente de que nos pasaremos todo el fin de semana montados en la moto?’ a lo que respondió ‘entonces te gustan?’. Y dicho y hecho. Al llegar a Niza cogimos la moto y nos fuimos a cenar a Montecarlo. A la mañana siguiente fuimos a recoger a un amigo suyo en St. Tropez, desayunamos en Cannes, preguntó que qué querríamos comer, y como iba con antojo de pizza, los tres cruzamos los Alpes en pleno mes de febrero mientras nevaba y nos fuimos a Italia a comernos una pizza. En aquél momento decidí que era esa la vida que quería. Llegamos a Niza con síntomas de hipotermia, pero a nadie le importó. Desde entonces todo lo que ganaba iba directo a la hucha para el permiso.

Uno de los amoríos que tuve por el camino, el único que tenía moto, me dio un regalito que conservaría hasta tener el carnet en mano. Cuando le dije que estaba ahorrando para sacarme el carnet de moto, la única repuesta que obtuve fue ‘tuuú?!!!!!’.

merce mujeres moteras paisaje en motoFueron muchas manetas de embrague, un dedo fisurado (en circunstancias ajenas a las prácticas) y algún que otro moratón, pero cada vez que se me pasaba por la cabeza ‘igual esto no es para mí’ surgía de las profundidades de mi memoria ese ‘tuuú?!!!!!’. Con todo el tiempo y el y el dinero que había invertido, decidí llegar hasta el final, ya con el carnet en mano me plantearía si esto esa para mí o no. Suspendí el primer examen de circulación tras una desastrosa incorporación a la ronda litoral que fácilmente me habría podido costar la vida, pues el camión estuvo muy cerca.

Estuve dos semanas sin tocar moto. Hasta el día del segundo examen. No había miedo. No había inseguridad. No había nada. Sólo la moto y yo por las calles. Ni siquiera sabía si confiaba o no en mis capacidades pues no había surgido ni la duda. Y en el examen sólo disfruté de llevar la YBR 250 entre las piernas. Y aprobé. Y decidí que esto era para mí y que no quería una vida sin moto. Y me compré la Bandit que ahora me lleva donde se me antoje ir. Y circulaba por Barcelona con mi Bandit granate con la L bajo la matrícula orgullosa como un pavo real, pues a mis 32 años sigo sin tener el carnet de coche y lo primero que conduje, fuera de la bici, fue mi anciana bandida.

Ahora ya llevamos 3 años juntas, 50.000 km., muchas alegrías, mucha gente maravillosa que aunque ya no esté en mi vida seguirá siempre en mi corazón, varias caídas en parado que finalizaron a los 5 meses y algún que otro disgusto por tratar a mi Bandit como si de una R se tratara. Pero ahora ya nadie pone en duda si puedo hacerlo. Ni siquiera yo.

Como epílogo añadiré que hace dos años, en uno de mis viajes, cuando me dirigía a Cuenca, conocí a un hombre maravilloso con su Tuono 1000R V2 que me tiene enamorada (no sólo la moto ;p ). Desde entonces no he vuelto a rodar sola.